domingo, 29 de agosto de 2010

Venezuela

El colombiano medio odia a Venezuela (por cierto, hay un huevo de colombianos viviendo en Venezuela que están económicamente mejor que viviendo en Colombia). Cuando les preguntás por qué, no pueden dar ningún tipo de argumento válido y se limitan a repetir lo que los medios de comunicación, totalmente controlados por el gobierno colombiano, repiten una y otra vez. Los medios de Venezuela que están en contra de Chavez actúan de la misma manera que los programas que hablan de las estrellas hollywoodenses: la forma de desvalorizar al gobierno venezolano es por medio del cholulaje. ¿Tan difícil es pensar en críticas constructivas que tengan que ver con la realidad política de un país? No digo que sea fácil, sólo que uno espera que las personas que han sido capacitadas para ello lo hagan, en vez de hablar y opinar si tal o cual fue a cagar a las 3 de la tarde o a las 4 de la tarde.
Así que nos olvidamos de todo lo que nos dijeron y entramos a Venezuela. En los primeros días nos regalaban plata, tratábamos de explicar que no la queríamos ni la necesitábamos que nos regalen plata pero la gente nos la daba y se iba, y muchos ni siquiera aceptaban alguna artesanía a cambio. Ese tipo de situación se repitió en otros momentos, aunque estuviéramos bañados y con ropa limpita y sin agujeros.

Como entramos desde Colombia por la Guajira hicimos el recorrido del contrabando de combustible pero al revés, y lo hicimos completo. Empezamos en Colombia cuando, el camionero que nos llevaba a dedo se paró en un pueblo (el cual vivía del contrabando de combustible; nadie se podía meter para terminar con ese negocio porque si no, el pueblo se levantaba en armas) lleno de pipitas de combustible en todos lados, a dejar pipitas para cargar y a llenar el tanque (luego vendería todo más arriba a mejor precio, no sin ganas dejarle plata a cada policía del camino, como hacen todos en todo el recorrido).
Luego pasamos por la laguna de Sinamaica donde una comunidad vive literalmente “sobre la laguna” y así ha vivido desde siempre (por lo que nos contaron, las primeras comunidades precolombinas estaban asentadas sobre el agua). Por ahí pasa todo el contrabando en lanchitas que, con el peso que tienen, si se les pone un gramo más se hunden. Antes la gente de la comunidad se dedicaba a la pesca y ahora, se dedica al contrabando; los pocos que todavía se dedican a la pesca se tienen que ir muy, pero muy lejos (para no decir a la loma del orto) a pescar ya que la laguna de Sinamaica está totalmente contaminada por el combustible. Ah, como dormimos en la laguna (nos dieron hospedaje una familia de misioneros católicos ecuatorianos que estaban ahí hacía ya dos años) pudimos ver que por la noche se acrecienta todavía mas el trafico de combustible.
Esa cadena de contrabando no se va a romper, a menos que políticamente se decida destruirla. Cada eslabón es indispensable, se acciona por sí mismo y lo acciona el resto de los eslabones. Es una cadena que tiene una mente general conformada por todas esas pequeñas mentes que participan en ella, además de las mentes que dejan existir a la cadena y que finalmente también son parte de ella.

De Sinamaica arrancamos para la playa. Pasamos Semana Santa en una de ellas, vendimos todas las artesanías que teníamos hechas y no paramos de trabajar para hacer más (con lo que ganamos en ese momento nos alcanzó para vivir en el país y todavía nos sobró para pagar el pasaje a Panamá). Otros artesanos que encontramos antes de ir a Venezuela nos habían hablado del “consumismo desesperado” que hay, sin embargo nosotros no lo llamaríamos consumismo desesperado, en realidad no lo vemos desde eses punto de vista. Se vende más en las sociedades y clases sociales que poseen un excedente como para hacerse cargo de la compra de productos artesanales de decoración personal: lo que nosotros ofrecemos es un bien de lujo. En Venezuela la gente tiene dinero y ese dinero circula.

En Venezuela vimos rutas sin peajes porque como las concesionarias no cumplieron el contrato de mantener la ruta se dio de baja el contrato; había trenes nuevos e impecables; mercados baratísimos con comida subvencionada; salud gratuita y de excelente calidad con los programas de barrio adentro (en Caracas me hice una resonancia magnética de rodilla sin pagar absolutamente nada). Vimos que el dinero que sale del petróleo se invierte en mejoras para la población y no vimos que las clases más pudientes hayan perdido su status económico, sino más bien lo han mantenido o lo han mejorado. Entonces, ¿por qué tanto odio hacia el gobierno desde muchos sectores de la sociedad venezolana? Honestamente es difícil de comprender porque antes de Chavez no parece que hayan estado mejor; todo gobierno tiene fallas que es importante recalcar con críticas constructivas y no, como hemos dicho, con chusmeríos baratos o agresiones directas que salen en los medios (luego de ver algunos programas televisivos una se pregunta en dónde está la censura de la cual tanto se habla). Sí se puede volver agotador el exceso de publicidad en todos lados por cada mínima acción que hace el gobierno (por ejemplo, en las ambulancias aparece la foto del gobernador o gobernadora que estaba en el poder cuando fue comprada, pero, al fin y al cabo, no se puede decir que la compró personalmente el gobernador o la gobernadora, sino que fue un hecho realizado durante su gobernación; eso no es lo mismo). Pero sabemos que la publicidad es una herramienta con mucho poder.

Luego de dos meses y medio decidimos buscar la manera de llegar a Panamá o Centroamérica en general, haciendo dedo en algún barco. Se tienen que dar muchas circunstancias juntas para que esto salga bien: tener mucha paciencia, ser hincha pelotas y caminar mucho buscando y buscando, tener la suerte de encontrar a la persona justa en el momento justo. En Cumaná creímos que todo se había dado con un barco atunero pero, al final llegó el dueño del barco que vivía en Panamá y dijo que no podíamos subir. Como el viejo de mierda nos sacó los ánimos decidimos hacer lo que ya nos habían dicho: pagar y pagar para ir por Colombia de barco en barco. Fue un grave error, y muy agotador, sobre todo porque hay avionetas que salen de Venezuela por 100 dólares.
Cruzamos rápido el país hasta llegar a la frontera, la mayoría a dedo salvo por algún bus que tomamos porque nos dieron plata para tomar bus (si no podemos convencer a la persona de que no queremos plata para un bus, no nos queda otra que tomarnos el bus). Eso nos generó muchos problemas: no nos dejaban subir con las mochilas de mano aunque tengamos la cámara de fotos. Al final llegamos bien a la frontera. En la última parte nos dio la cola (el dedo) un bus de contrabando de comida: la comida que el gobierno venezolano subvenciona, que es colombiana, vuelve a Colombia en los mismos buses en que había entrado a Venezuela, para venderse más barata del lado colombiano. ¿Alguien hace algo para remediar eso? No. La guardia nacional venezolana es demasiado corrupta (si te descuidas, mientras revisan te roban o te sacan cosas, artículos electrónicos, o lo que sea, diciendo que los decomisan por no sé qué vaina) y los del lado colombiano tienen la idea anti Venezuela.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Colombia primera parte

De Ecuador pasamos a Colombia por Ipiales. Llegamos a una frontera que era como cualquier frontera de cualquier país, y ahí el señor del DAS (quienes se dedican al sector de migración y al sector de espionaje, chantaje, corrupción del gobierno colombiano) nos pregunta cuantos días pensábamos estar en el país. Nosotros respondimos que los tres meses que nos corresponden. Pero el señor del DAS (un pendejo de a lo sumo 20 años con corte de pelo de marine) nos dice, en tono burlón e irónico, que noooooo, que nos va a dar dos meses. Intrigados le preguntamos por qué no nos daba los tres meses, pero su respuesta fue que si nos seguíamos quejando nos iba a dar menos tiempo. Ese fue nuestro primer acercamiento al país: un funcionario del gobierno colombiano nos amenazó. Como somos quejones, nos fuimos a la oficina del DAS en el pueblo (porque el pendejo no nos dejó hablar con su jefe), le contamos la situación al funcionario del lugar y este último dijo que (palabras textuales): “Si no es una amenaza de muerte no es una amenaza”. En el diccionario oficial del gobierno colombiano, la palabra “amenaza” no puede ir sola, tiene que ir seguida por “de muerte”. Que un funcionario publico de migración te diga que si te seguís quejando te da menos tiempo o que no te deja entrar al país, es decir, que abusa del poder que tiene sin darte una justificación razonable de tal decisión (si nos daba la razón de por qué dos meses, no nos íbamos a quejar más, era tan simple como eso), es para tenerlo en cuenta para el viaje.
De ahí empezó nuestro viaje por Colombia. Dio la casualidad (una de tantas casualidades que pasan en mundo en un mismo tiempo) que nos levantaron pidiendo dedo dos funcionarios del DAS de Mocoa. Nos dejaron en Sibundoy, ahí por el Putumayo. Aunque previamente hablamos sobre la nada y el tiempo en La Indochina Francesa, finalmente le contamos de nuestro acontecimiento en la frontera y le preguntamos si sabían qué razón podía tener para darnos solamente dos meses. Su respuesta fue concisa: no necesita razón. Ya teníamos otro punto a tener en cuenta para nuestro viaje: la arbitrariedad esta legalizada para ser usada en cualquier momento.

En Sibunduy pasamos los carnavales. Estuvimos como diez días lavando los platos y pelando las papas del restaurante de Doña Rosa (ella le vendía a casi todos los puesteros de la feria), a cambio de casa y comida, y de paso tratábamos de vender algo de artesanía. Pero en Colombia es muy difícil vender artesanías porque la gente compra en los puestos de reventa puras pendorchadas de plástico. Los carnavales parecían bastante normales hasta que vimos a la policía con metralletas y trajes de guerra, caminando como si nada entre los puestos, mientras familias y niños los esquivaban. Por cierto, también fue muy interesante ver cómo estos policías, aburridos de que los nenes no sean “los enemigos”, jugaban sacando y poniendo la palanquita de seguridad del chumbo (metralleta) con una mano y con la otra le sacaban fotos con su celular (si no era un blackberry, era otro de precio parecido) a los que desfilaban festejando el carnaval.
Sibundoy queda en Putumayo, la región que antiguamente estaba gobernada por la guerrilla. Esa región se siente diferente del resto de Colombia: la gente es más abierta de pensamiento, hay menos violencia (violencia en todo nivel, no sólo violencia física) sobre las persona. Por eso nos sorprendió, cuando salimos de esa región, que la gente dijera que esa era la peor región de todas, que había mucha violencia, que la guerrilla “atacaba” todo el tiempo, que al que iba lo mataban, etc. Suponemos que piensan así porque eso es lo que sale en la televisión. Los camioneros que transitan las rutas desde hace veinte años nos contaron que hace años que la guerrilla no está y que cuando estaba ellos trabajaban normalmente, que no les robaban ni los mataban ni nada por el estilo. Pero… ¿Qué es más importante: lo que dice una persona que ha vivido o lo que dice la televisión, va, en el caso de Colombia lo que dice el gobierno por medio de la televisión?

De Sibundoy nos fuimos a Mocoa. Por esta región y estas ciudades o pueblos sucedieron actos de genocidio que tal vez nunca serán juzgados, esa maldita constante que envicia a toda Latinoamérica: un gobierno terrorista que pasa a la historia sin ser juzgado. En La Hormiga los paramilitares mataron a todo el pueblo. Eso nos los contó un joven en la plaza de Mocoa que nos compró una pulsera con su nombre. El joven estaba inscribiéndose para hacer el servicio militar y había visto todo lo sucedido en La Hormiga; lo tenía como el peor recuerdo de su vida. Cuando le preguntamos si los militares actuaban con los paramilitares nos dijo que él creía que sí. En ese momento no comprendimos por qué se estaba inscribiendo para ser militar luego de lo que nos contó sobre su experiencia, y luego tampoco lo comprendimos. Pero sí nos enteramos de que el 80 por ciento del presupuesto nacional colombiano (y si no es el 80 por ciento está por ahí) va para las fuerzas represivas, léase militares, policías, DAS y el resto que debe haber y de las que no sabemos las siglas. Es una copia del modelo estadounidense, “la guerra” (siempre usan la palabra guerra como para justificarse de todo) es una industria, con ella se consigue mucho dinero. Pero ¿Qué guerra hay en Colombia? Luego de estar dos meses por ahí, la sensación que te queda es que todo es una pantalla represiva, la supuesta guerra es usada para tener a toda la población aplastada y adoctrinada, es una manera de justificar la desaparición de cualquier comentario contrario a la opinión que se debe tener (desaparece el comentario y el portador del comentario).
En Mocoa nos volvimos a encontrar con nuestros amigos del DAS. Como estábamos trabajando (por cierto, en este momento recordamos a esa persona que les fue a decir que nosotros estábamos ahí, en decir, al que nos buchoneó probablemente para salvarse él) nos llevaron a su oficina. Luego de que el funcionario hiciera un espectáculo con muchos movimientos y papeles que nos ponía delante y que no tenían nada que ver con nosotros, nos contó que podíamos pagar una multa para no ser deportados. Decidimos no ser deportados y pagar la multa. Uno de nosotros fue a buscar el dinero y cuando lo teníamos nos hizo esperar, ahí sentados, porque “estaba haciendo otra cosa”, aunque en realidad estaba esperando que cerraran los bancos (la multa se paga en el banco). Cuando ya se hizo de noche y los bancos ya estaban cerrados (su anillo de oro, más grande que el del Papa y que el del padrino, brilló), volvió a llamar a Gabri (“porque las mujeres no entienden de esas cosas, son histéricas”) y le pidió dinero como para la gaseosa. Su gaseosa costó 150.000 pesos colombianos, lo que vienen a ser 75 dólares. Luego nos enteramos de que las gaseosas, o coimas, cuestan menos, pero con medio millón de pesos en el bolsillo (que era lo estipulado para la multa) no se podía negociar mucho.

Al otro día nos fuimos de Mocoa hacia Bogotá. En el camino nos encontramos con bomberos quienes sí o sí querían estar armados porque el barrio era complicado (en ningún otro país hemos oído que los bomberos quisieran estar armados); nos encontramos con un alcalde de 24 años (el más joven de todo Colombia), que se quejaba porque la misma gente que lo había puesto de alcalde le iba a reclamar que hiciera ciertas cosas, que tomara ciertas decisiones; nos insolamos haciendo dedo sin que nos levante nadie, perdimos las ganas y la decencia, lo cual nos llevó a la decisión de tomar un bus. Tomar un bus es la peor decisión de todas: en ellos se viaja mal, te tratan como ganado barato, siempre te hacen problema con las mochilas y muchas veces te roban las cosas… Pero en Colombia no fue tan mala decisión, nadie nos quería levantar, y eso que estábamos bañados y todo.
En Bogota se vive diferente del resto de Colombia, en cuanto parece que haber mayor libertad. Sin embargo, parte de esa libertad también está dada por una política de estado represiva. La droga circula libremente sin ningún tipo de restricción (por algo la gente le llama Drogota) y los que menos tienen, ya que es muy barato, aspiran pegamento. ¿Por qué un gobierno que dice estar “luchando contra la droga” no toma ningún tipo de represalia contra las personas que están en la calle consumiendo? Podríamos decir simplemente que porque ellos la venden, pero creo que es más importante pensar que dentro del territorio que ellos gobiernan les sirve para conseguir mayor dominación: cuanto más estúpidos sean, cuantas menos neuronas tenga la gente (mayormente la juventud), más fácil es hacer lo que se quiera.

Luego de conseguir copiar fotografías, nos fuimos a conocer el Caribe. Bastante decepcionante el Caribe colombiano: todo estaba muy seco (el paisaje estaba lleno de cactus o algo por el estilo), en la minúscula playa de Taganga caían al agua todas las aguas malas. El turismo que va a ahí va directamente a comprar y consumir la droga que anda dando vuelta. Nos cansamos del país en general y arrancamos camino a Venezuela, no sin antes sacarnos la foto en Cartagena.